«No, no —contestaba riendo [el viejo zapatero a los niños provincianos]— en Lima ya no hay tapadas ni carruajes con caballos y es muy difícil ver al Presidente. Pero en la Catedral, eso sí, se pueden ver los restos de Francisco Pizarro. Y en las calles hay tanto autos como cuando aquí hay entierro de gente rica. Los edificios son diez veces más altos que nuestra capilla» El espíritu de la ciudad, Oswaldo Reynoso
Las iglesias latinoamericanas se podrían clasificar en varios grupos, desde el punto de vista arquitectónico. Me refiero a los edificios y a los templos que son las construcciones, en los más diversos estilos, de las iglesias de varias y distintas religiones. Se puede decir que hay iglesias que son casi museos, por ser antiguas y dar refugio a piezas de arte de gran valor histórico y monetario: pinturas, esculturas, mosaicos, frescos, vitrales, pseudo-reliquias, altares. Dichas iglesias se ubican en medio de centros urbanos, o en pueblos alejados de la urbanidad, cual reservas rurales de patrimonio cultural, provechosas para la historia del arte. Algunas de esas iglesias-museo en las grandes ciudades exigen el pago de una entrada para acceder a ciertos de sus espacios, aunque sigan ofreciendo misas rutinarias y domingueras de manera gratuita, no faltaba más, puesto que las iglesias, en particular las católicas, han perdido visitantes; y lo que es peor, han perdido ovejas y hasta pastores en las última décadas por diversos motivos. Cobrar por oír misa sería su acabose.
Los puentes en las ciencias humanas, pero sobre todo en la literatura, han servido, y sirven, con frecuencia como metáfora de unión entre dos entes que están separados, por naturaleza o por destino. Se habla del puente entre dos culturas antagónicas, del puente entre dos etapas históricas, de los puentes culturales que toda ciudad cosmopolita construye de manera permanente hacia lo que la va invadiendo. Desde el punto de vista arquitectónico, los puentes urbanos tienen en muchas ciudades una función ante todo práctica, es decir, sirven para unir dos espacios que, de otra manera, quedarían aislados, porque los separa un canal, un río o un abismo, o el mar de automóviles de una gran vía. Y hete ahí que, en el caso de los puentes peatonales, estos incluso llegan a ser útiles para salvar vidas humanas, aquellos sobre grandes avenidas o la Panamericana Sur, por ejemplo, que invitan al apurado citadino temerario de las grandes urbes a no cruzar a pie pistas de alta velocidad, sino a utilizarlos.
De otro lado, totalmente diferente, hay puentes que se han convertido en símbolo emblemático de grandes ciudades, y también al revés, ciudades que han hecho de ciertos puentes propios el símbolo de una leyenda, de una creencia, de una marca comercial-cultural. Y en ese afán, muchas veces, el significado o utilidad originaria de aquella construcción urbana ha perdido, o ganado, lecturas.
Tres historias, en las que las mujeres protagonistas confrontan el ambiente que las rodea, tan distinto a ellas, apoyadas en reflexiones lejos de cualquier empatía. Humor e ironía parecen ser los únicos medios capaces de sopesar los costos de llevar una vida políticamente correcta.
Los poemas seleccionados en Wurzellos constituyen un impulso a la reflexión, pues pertenecen a una colección de poemas escritos en otoño de 2015, entre los castaños de Mangfallplatz y los arces de Perlacher Forst, en Múnich, cuando se instaló un campo de refugiados temporal en la avenida Stadelheimer en ese entonces. Estos poemas fueron publicados en el volumen de poesía Insilio Poético (Autodestierro, 2001-2021), (Múnich, Epubli 2021/ Literatura en lengua extranjera: español) y reescritos en alemán para este tríptico.
Estudio y traducción del poema «Columbus. 12. Oktober 1492» [1911] del poeta alemán Georg Heym, en:
Huamanchumo, Ofelia (2014): “Cristóbal Colón y Hernán Cortés en la lírica alemana: Schiller, Heym, Brecht. Traducción y presentación”, LUCERNA – Revista de Literatura, Año 3, núm. 6; pp. 58-61.
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Imagen: Detalle de América, por Dióscoro Puebla [1519] / Zitat aus Der ewige Tag (1911).
Estudio y traducción del poema Kolumbus [1795] del dramaturgo alemán Friedrich Schiller, en:
Huamanchumo, Ofelia (2014): “Cristóbal Colón y Hernán Cortés en la lírica alemana: Schiller, Heym, Brecht. Traducción y presentación”, LUCERNA –Revista de Literatura, Año 3, núm. 6; pp. 58-61.
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Imagen: Detalle retrato de Colón, por Piombo [1519] / Edición Schillers Sämtliche Werke, Band I [Leipzig: 1913]
Estudio y traducción literaria del poema Montezuma. Eine Ballade [1919], del poeta expresionista alemán Klabund (Pseudonym von Alfred Henschke). Este proyecto, bajo la dirección de Ofelia Huamanchumo de la Cuba, mereció una distinción del Fondo Alemán de Traductores (Programa de becas Neustart Kultur 2022, de la Comisión de Cultura y Medios de Comunicación del Gobierno Alemán).
«Nuestra ruta se ceñía al valle del Rímac, a lo largo del río del mismo nombre que atraviesa Lima y en su curso irriga todo el territorio adyacente. El verdor y la frescura de la vegetación en la vecindad de sus riberas, y las muchas arboledas hermosas que diversifican el paisaje, ofrecían un agradable contraste con los estériles y rocosos cerros que nos rodeaban por todas partes. Sin embargo, mientras pasábamos ningún signo de cultivos o de habitantes alegró la vista o contentó el corazón, y el escenario estaba fiado solo a la mano de la naturaleza, por su belleza y efectos pintorescos. Al ascender las alturas captamos una vista de las torres y cúpulas de Lima, y del distante océano al fondo…»
Narrative of a visit to Brasil, Chile, Peru [Londres 1825]*
Gilbert F. Mathison
El río Nilo es a la cultura egipcia lo que los Andes a la peruana, escribió una vez el crítico literario y ferviente político del siglo XX Luis Alberto Sánchez. Y yo digo, reduciendo, que el río Rímac es al principio milenario y paradójico de la ciudad de Lima. De la confusión en torno a los orígenes del nombre de la capital del Perú, tomado del valle, que se remite al río que lo riega, aclaró ya hacia 1609 el Inca Garcilaso en sus Comentarios Reales: «Porque no sea menester repetirlo muchas veces, diremos aquí lo que en particular hay que decir del valle de Pachacámac y de otro valle, llamado Rímac, al cual los españoles, corrompiendo el nombre, llaman Lima. […] El valle de Rímac está a cuatro leguas al norte de Pachacámac. El nombre Rímac es participio de presente, quiere decir: el que habla. Llamaron así al valle por un ídolo que en él hubo en figura de hombre, que hablaba y respondía a lo que le preguntaban, como el oráculo de Apolo Délfico y otros muchos que hubo en la gentilidad antigua; y porque hablaba, le llamaban ‘el que habla’, y también al valle donde estaba«.
En efecto, y de manera muy personal, ese río, uno de los tres que atraviesa la urbe limeña de hoy, resultó para mí un dador de ideas y un lugar de inspiración artística, a pesar de que su sola contemplación puede dejarla a una sin palabras. No se piense que estamos hablando de un enorme afluente de aguas turquesas y ensoñadoras, sobre el que circulan embarcaciones turísticas a todo dar, como por el Siena, el Rin, o el Danubio; no. Todo lo contrario: los relaves mineros andinos, las desembocaduras de desagües urbanos ilegales y el malsano status quo, de agarrarlo de vertedero de basuras en varios de sus tramos, trazan su actual perfil hidrográfico incluso al atravesar la urbe capitalina. No obstante, y desde una óptica más ancestralmente supersticiosa, el Rímac resultó también para mí un oráculo y un destapador de misterios…
«Hacia mis quince años conocí a un grupo de chicos que se reunían en la Plaza de la Constitución. Su vestimenta los destacaba del resto de los habitantes de la ciudad: usaban ropa oscura y desgastada con motivos de calaveras, zapatos industriales, chaquetas de cuero negro. A primera vista yo no tenía nada que ver con esa gente, excepto que su lugar predilecto para reunirse era el Panteón San Miguel. Aproveché la primera oportunidad que tuve para demostrar que conocía todos su recovecos. La afición de estos chicos por lo fúnebre me hacía pensar en mis autores más queridos. Empecé a hablarles de ellos, a contarles historias de apariciones y fantasmas, y terminé por convertirme en una integrante más del grupo. Fueron ellos quienes me iniciaron en Tim Burton, en Philip K. Dick cuyas novelas adoré desde el principio, y en otros autores como Lobsang Rampa que nunca acabaron de gustarme.»
Después del invierno, Guadalupe Nettel
A una pareja de peruanos, que vivía aquí en Múnich ya un par de años, les pasó algo inaudito. Resulta que una vez vieron un alma en pena, vestida de blanco, en el cementerio Westfriedhof. Fue una noche en la que regresaban a pie de una reunión, algo bebidos. Cuando casi daban las doce en punto y teniendo de manera ineludible que bordear aquel camposanto para llegar a casa, se vieron alumbrados por un brevísimo resplandor que salía desde dentro del parque de tumbas, aseguraban. Ellos creyeron ver en aquel detalle una señal de sus seres queridos ya fallecidos. No sé por qué, pero mientras me contaban aquella anécdota se me iba metiendo el miedo en el cuerpo. Pienso que no tanto por la fantasía que tenía desarrollada en mi imaginación tras haber leído tantas historias de terror que suceden en cementerios, sino porque la complicidad de ser compatriotas míos le daba crédito a aquel episodio, que en boca de algún muniquense me hubiera sonado absurdo, falto de esa superstición ancestral tan típica de las historias de aparecidos contadas allá en mi adolescencia entre broma y broma con los amigos del barrio, sobre todo en la víspera del día de los muertos, más conocida ahora como halloween, con las luces apagadas y un par de velas encendidas. >>